Anna Freud nació en Viena en el año 1895, y fue la última hija del matrimonio formado entre Sigmund Freud y Martha Bernays. En esa etapa su padre estaba ideando los fundamentos teóricos del psicoanálisis, así que ya desde muy joven entró en contacto con el mundo de la psicodinámica. De hecho, durante el transcurso de la Primera Guerra Mundial solía asistir a las reuniones del Círculo Psicoanalítico de Viena. Poco después, entre 1918 y 1920, empezó a psicoanalizarse con su padre.
Es en esta época cuando Anna Freud deja de trabajar como
institutriz y decide dedicarse al psicoanálisis. En concreto, se dedicó al
psicoanálisis con niños y niñas. Entre 1925 y 1930, Anna Freud empieza a
impartir seminarios y conferencias para formar a psicoanalistas y educadores,
convencida de que la práctica y teoría psicoanalítica creada por su padre podía
resultar de mucha importancia durante los primeros años de vida de las
personas, que es cuando se interiorizan las normas sociales y pueden quedar
fijados traumas determinantes.
Es también en esta época cuando surge uno de los choques de
trenes más relevantes de los primeros años del psicoanálisis: la batalla
teórica que libraron Anna Freud y Melanie Klein, otra de las pocas mujeres
psicoanalistas europeas de principios de siglo. Ambas sostenían ideas
totalmente opuestas en muchos aspectos relacionados con la evolución de la
psique con la edad y los procedimientos que se debían seguir para tratar con
niños y adolescentes, y ambas recibieron mucha cobertura mediática.
Llevando más allá el psicoanálisis
En los años 30, Anna Freud empezó a revisar la teoría
freudiana sobre las estructuras psíquicas del ello, el yo y el superyó. A
diferencia de Sigmund Freud, muy interesado en el ello, lo inconsciente y los
mecanismos ocultos y misteriosos que según él gobiernan la conducta, Anna Freud
era mucho más pragmática y prefería centrarse en aquello que nos hace
adaptarnos a los contextos reales y las situaciones cotidianas.
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